FIDEL CASTRO sostiene una cazuela durante su ataque a los artefactos eléctricos.
ISMAEL FRANCISCO GONZALEZ / AFP / Getty Images
FIDEL CASTRO sostiene una cazuela durante su ataque a los artefactos eléctricos.


 

Con la olla en alto




LA HABANA

 

La olla arrocera y la bombilla ahorradora son dos de las armas elegidas por el gobernante cubano, Fidel Castro, para vencer en su ''batalla'' contra el despilfarro de energía en la isla.

Enfundado en su uniforme verde oliva, Castro abandonó el tono de denuncia y crispación que ha mantenido en sus últimas siete apariciones públicas, y no se refirió a Estados Unidos, a sus ''aliados'' europeos ni la condena de la Comisión de Ginebra, sino a la subida de salarios y a la ''guerra'' contra el derroche de energía eléctrica.

Ante varios centenares de altos cargos del Partido Comunista, el Gobierno y las Fuerzas Armadas, el dirigente cubano demostró que está tan al tanto de los grandes asuntos de Estado como de los detalles de la cocina.

En una alocución transmitida en directo por los medios locales, Castro volvió a dar una lección sobre el uso de la olla arrocera, las ventajas de los modernos ventiladores o la mejor manera de aprovechar la energía de un viejo refrigerador.

El anuncio más esperado, y aplaudido, fue sin duda el sustancial incremento del salario mínimo mensual, que a partir del Primero de Mayo quedará fijado en 225 pesos cubanos (nueve dólares).

La subida duplica con creces el salario más bajo, 100 pesos cubanos (cuatro dólares) y supone incrementos progresivos menores hasta llegar a los 225 pesos que ganan más de 1.6 millones de cubanos.

Castro insistió en su intención de revaluar otra vez las dos monedas cubanas: el peso (un dólar equivale a 24 pesos) y el peso convertible (de valor igual al dólar hasta su reciente revaluación en un 8 por ciento).

''Vamos a seguir revaluando el peso cubano y el peso convertible, pero el convertible a un ritmo inferior'', dijo el gobernante, que afirmó saber cómo hacerlo, pero que ``no va a llenar el país de dinero''.

Antes de meterse de lleno en temas de política monetaria, Castro convirtió el escenario del Palacio de Convenciones de La Habana en un gran escaparate de electrodomésticos de todo tipo, marca y modelo.

Frigoríficos Westinghouse y Frigidaire de 1952 se exhibieron junto con modernos refrigeradores más pequeños, prácticos y mucho más económicos en su consumo.

Explicó la diferencia entre un par de modelos de nuevos ventiladores portátiles y un viejo conocido de los cubanos: un ventilador casero fabricado con el motor de una secadora soviética ''Aurica'' -muy popular en la isla en los años 70- y un freno de automóvil Lada.

Pero, ni siquiera este particular modelo ''made in Cuba'' eclipsó a las estrellas de la noche, que volvieron a ser la cocinilla (hornillo) eléctrica y las ollas arroceras, con las que Castro pretende inundar la isla y ahorrar grandes cantidades de energía.

Olla en mano, el líder cubano, que ya anunció la ''revolución de la olla'' hace unas semanas, volvió a explicar anoche el funcionamiento de estos recipientes destinados a sustituir a los viejos pucheros y a ahorrar tiempo y dinero en la cocina.

''Van a llegar por millones las ollas arroceras, pero a partir de junio'', dijo Castro, que anunció un paquete de medidas de ahorro que, en algunos casos se han puesto en marcha sin previo aviso.

La revisión total del sistema de distribución eléctrica del país irá acompañada de la sustitución de las bombillas tradicionales (incandescentes) por las llamadas ``ahorradoras''.

''Las bombillas incandescentes pertenecen a la prehistoria, las vamos a destruir'', afirmó Castro, aunque parece que la orden se había dado con bastante antelación porque desde hace semanas es imposible encontrar una bombilla normal a la venta en las tiendas de divisas de La Habana.

''Estamos haciendo pruebas de ahorro'', señaló el gobernante. Si se consigue el sustancial ahorro que persigue el gobierno, será posible, por ejemplo, comprar más huevos.

Entretanto, ''millones de gallinas se están desarrollando y puede ser que dupliquemos el número de las ponedoras'', presumió Castro antes de concluir su perorata de casi tres horas con un ``Vamos bien, Camilo''.