Posted on Tue, May. 10, 2005

Hace exactamente cincuenta años el doctor Rafael Díaz-Balart pronunció ante la Cámara de Representantes de Cuba el siguiente profético discurso

La funesta amnistía




 

Señor presidente y señores representantes: he pedido la palabra para explicar mi voto, porque deseo hacer constar ante mis compañeros legisladores, ante el pueblo de Cuba y ante la historia mi opinión y mi actitud en relación con la amnistía que esta Cámara acaba de aprobar y contra la cual me he manifestado tan reiterada y enérgicamente.

No me han convencido en lo más mínimo los argumentos de la casi totalidad de esta Cámara en favor de esa amnistía. Quede bien claro que soy partidario decidido de toda medida en favor de la paz y la fraternidad entre todos los cubanos, de cualquier partido político o de ningún partido, partidarios o adversarios del gobierno. Y en ese espíritu sería igualmente partidario decidido de esta amnistía o de cualquier otra amnistía. Pero una amnistía debe ser un instrumento de pacificación y de fraternidad; debe formar parte de un proceso de desarme moral de las pasiones y de los odios; debe ser una pieza en el engranaje de unas reglas de juego bien definidas, aceptadas, directa o indirectamente, por los distintos protagonistas del proceso que se esté viviendo en una nación.

Y esta amnistía que acabamos de votar desgraciadamente es todo lo contrario. Fidel Castro y su grupo han declarado reiterada y airadamente, desde la cómoda cárcel en que se encuentran, que solamente saldrán de esa cárcel para continuar preparando nuevos hechos violentos, para continuar utilizando todos los medios en la búsqueda del poder total a que aspiran. Se han negado a participar en todo proceso de pacificación y amenazan por igual a los miembros del gobierno que a los de la oposición que deseen caminos de paz, que trabajen en favor de soluciones electorales y democráticas, que pongan en manos del pueblo cubano la solución del actual drama que vive nuestra patria.

Ellos no quieren paz. No quieren solución nacional de tipo alguno, no quieren democracia ni elecciones ni confraternidad. Fidel Castro y su grupo solamente quieren una cosa: el poder, pero el poder total. Y quieren lograrlo por caminos de violencia, para que ese poder total les permita destruir definitivamente todo vestigio de Constitución y de ley en Cuba para instaurar la más cruel, la más bárbara tiranía, una tiranía que enseñaría al pueblo el verdadero significado de lo que es la tiranía, un régimen totalitario, inescrupuloso, ladrón y asesino que sería muy difícil de derrocar, por lo menos en veinte años.

Porque Fidel Castro no es más que un psicópata fascista, que solamente podría pactar desde el poder con las fuerzas del comunismo internacional porque ya el fascismo fue derrotado en la Segunda Guerra Mundial, y solamente el comunismo le daría a Fidel el ropaje pseudoideológico para asesinar, robar, violar impunemente todos los derechos y para destruir en forma definitiva todo el acervo espiritual, histórico, moral y jurídico de nuestra república.

Desgraciadamente hay quienes, desde nuestro propio gobierno, tampoco desean soluciones democráticas y electorales, porque saben que no pueden ser electos, ni concejales en el más pequeño de nuestros municipios. Pero no quiero cansar más a mis compañeros representantes. La opinión pública del país ha sido movilizada en favor de esta amnistía. Y los principales jerarcas de nuestro gobierno no han tenido la claridad y la firmeza necesarias para ver y para decidir lo más conveniente al Presidente, al gobierno y, sobre todo, a Cuba. Creo que están haciéndole un flaco servicio al presidente Batista sus ministros y consejeros que no han sabido mantenerse firmes frente a las presiones de la prensa, la radio y la televisión.

Creo que esta amnistía, tan imprudentemente aprobada, traerá días, muchos días de luto, de dolor, de sangre y de miseria al pueblo cubano, aunque ese propio pueblo no lo vea así en estos momentos.

Pido a Dios que la mayoría de ese pueblo y la mayoría de mis compañeros representantes aquí presentes sean los que tengan la razón. Pido a Dios que sea yo el que esté equivocado.