El mito de la isla paradisíaca ha gravitado sobre Cuba desde su descubrimiento
hace más de 500 años. Alimentados por una realidad de bellos paisajes, tierras
de fertilidad inusual, tabaco y música, los estereotipos contemporáneos
convirtieron lo cubano en un territorio perenne del placer y la festividad. El
sortilegio de la cubanidad se prolonga hasta nuestros días en una suerte de
catálogo turístico donde las playas, el son y la calidez humana se entrelazan
con las imágenes contrastantes del único bastión comunista en el hemisferio
occidental.
Pero hay otra isla oculta y misteriosa de la que no suele hablarse: la Cuba de
la autodestrucción. ¿Cómo un pueblo vigoroso, bullanguero y expansivo en sus
afectos puede exhibir, al mismo tiempo, una de las más altas tasas de suicidio a
lo largo de su historia? ¿Por qué se suicidan los cubanos? ¿A qué puede
atribuirse esa disposición innata a matarse ante la adversidad o la desilusión?
El profesor Louis A. Pérez (Nueva York, 1943) intenta responder a esas
interrogantes en un voluminoso libro de 493 páginas que tiene las credenciales
de un clásico: To Die in Cuba, publicado por The University of North Carolina
Press el pasado año y con creciente acogida en Estados Unidos, Canadá y Gran
Bretaña. En estos momentos negocia una edición en español.
Por los últimos 10 años, Pérez se dedicó por entero a revisar archivos,
consultar documentos, comparar estadísticas y entrevistar testimoniantes
relacionados con el tema de su investigación. Durante ese período visitó Cuba al
menos en 10 ocasiones para tener acceso a los materiales existentes en las
principales bibliotecas de La Habana, así como en instituciones provinciales de
Matanzas, Cienfuegos y Santiago de Cuba. Una labor que califica entre las más
agotadoras de su prolongada trayectoria académica, avalada por varios títulos de
obligada referencia para los estudios cubanos en Estados Unidos.
De padre cubano y madre venezolana, con una abuela puertorriqueña y un abuelo
natural de la ciudad de Manzanillo, en el oriente de Cuba, Pérez se considera ''parte
integrante del pueblo caribeño que habita Nueva York''. Hace 12 años que su vida
transcurre en Chapel Hill, donde radica la Universidad Estatal de Carolina del
Norte y es profesor de la Cátedra de Historia J. Carlyle Sitterson.
¿Cómo fue que surgió la idea de este libro?
Consultando papeles y publicaciones para otros de mis proyectos cubanos, me
percaté de que el suicidio en Cuba era un tema palpitante desde la época de la
colonia. En los últimos 20 años como investigador no he conocido a un cubano que
no tenga referencias cercanas de al menos un conocido, un amigo o un familiar
que se suicidó. Es algo verdaderamente impactante, porque además aflora como
tema en múltiples disciplinas: la historia, la sociología, la literatura, la
pintura. . .
Su estudio resulta desmitificador en la medida que rompe con ciertas fantasías
occidentales sobre la isla caribeña de perenne alegría y vivencias desbordantes
a ritmo de rumba. ¿Es este un propósito esencial del libro?
Sí. Es una propuesta a mirar la historia de Cuba como algo muy serio, más allá
de las visiones de la ''isla-vacilón'', festiva y musical por todos los lados y
a toda hora. Es algo que tiene un fuerte componente cultural y que se remonta al
siglo XVI. En una de las leyendas cubanas recogidas en el libro Folklore de las
Antillas [1909], Florence Jackson Stoddard relata que los aborígenes de la
región, desde Bahamas a las islas del Caribe, se referían a Cuba como El Bello
País de la Muerte.
Justamente entre los indios cubanos se registraron miles de suicidios. Usted
llega a afirmar que esos pasajes de inmolación indígena han servido para
conformar una cosmología cubana del suicidio.
El demógrafo Juan Pérez de la Riva sitúa en 30,000 el número de aborígenes que
se suicidaron en la isla tras la llegada de la colonización española, lo que
representa casi el 30 por ciento de la población nativa. La leyenda del Valle de
Yumurí, donde un grupo de indios prefirieron lanzarse de un precipicio antes que
entregarse a los españoles que los perseguían para esclavizarlos, ha pasado a
convertirse en una metáfora histórica de la autodestrucción como salida digna
opuesta a la rendición. Asimismo, puede interpretarse el incendio de la ciudad
de Bayamo en 1870. La historia de Cuba comienza con el suicidio.
Desde las primeras estadísticas registradas, en 1854, las tasas de suicidio son
altísimas entre los negros traídos como esclavos a la isla. ¿Tienen también
estos suicidios un componente moral?
El suicidio entre los negros esclavos responde a una compleja combinación de
factores religiosos y culturales. De acuerdo con rituales religiosos africanos,
el suicidio está relacionado con la idea de una muerte que signifique la
resurrección y el retorno a Africa en libertad. El suicidio era más frecuente,
por ejemplo, entre esclavos de la cultura lucumí, por el sentido de la valentía
y el amor a la libertad en ese pueblo. En en su viaje a Cuba en 1851, la
escritora sueca Fredrika Bremen apunta el hecho de 11 lucumíes ahorcados en una
mata de guásima. El suicidio entre ellos era además una manera de retar el poder
de los dueños, que comenzaron a asumir estas muertes como golpes para sus
intereses económicos, pues el negro era una inversión. De ahí los documentos
relativos al tema desde fechas muy tempranas, como el estudio Reflexiones
histórico físico naturales médico quirúrgicas: prácticos y especulativos
entretenimientos acerca de la vida, usos, costumbres, alimentos, vestidos, color
y enfermedades a que propenden los negros de Africa, venidos a las Américas, de
Francisco Barrera y Domingo, de 1798.
¿Y entre los chinos que vinieron a Cuba como mano de obra en el siglo XIX?
Se mataron en cifras desconcertantes, incluso en porcentaje superior a los
esclavos africanos. Las estadísticas del Censo de 1862 indican que en una
población de unos 34,000 asiáticos, 173 se suicidaron, lo que sitúa en un rango
de 500 por cada 100,000 el índice de autoaniquilación. Los culíes chinos venían
a Cuba con la idiosincrasia de que el suicidio era una efectiva forma de
venganza contra su antagonista.
Las cifras oficiales de la república estiman en unos 30,000 las muertes por
suicidio entre 1902 y 1959. Los informes de prensa e incluso las caricaturas de
la época dejan constancia de una inusitada propensión suicida entre la población
cubana. ¿Cómo lo explica?
Hay que entenderlo como un fenómeno enraizado en la cultura cubana, en la
idiosincrasia de la nación. La preocupación por el tema está desde el nacimiento
de la república. En 1907, por ejemplo, el médico forense Jorge Le Roy Cassá
publicó un estudio que revelaba la muerte por suicidio de 764 hombres y 355
mujeres en el primer quinquenio republicano. En 1912, otro médico forense,
Antonio Barreras, realizó un estudio sobre el suicidio en La Habana, donde
afirmaba que matarse prendiéndose fuego era muy común entre las mujeres de la
época. Incluso fue una modalidad tan popular que llegó a garantizar mercado para
un medicamento cicatrizante, cuya publicidad en el Diario de la Marina, en 1929,
prometía alivio para los horribles dolores de aquellos que fallaban en el
intento de morir abrasados tras rociarse alcohol en su cuerpo.
El índice de suicidio en la etapa revolucionaria alcanza también los máximos
peldaños a nivel internacional. Entre 1970 y el 2000 el porcentaje de muertes
por esta vía ha estado siempre por encima de 11.8 por cada 100,000 y ha llegado
incluso a 23.2, en 1982. Las más recientes estadísticas de la Organización
Panamericana de la Salud (OPS) reafirman a Cuba en el primer lugar del
hemisferio, con la mayor tasa de suicidios hasta el 2005: 18.1. ¿Qué influencia
han tenido las condiciones sociopolíticas bajo el régimen de Fidel Castro?
Atribuir estas cifras a causas solamente políticas es una simplificación
tendenciosamente política. Está claro que la desesperación y la falta de
alternativas juegan su rol. Pero otras sociedades tienen también esos factores
contenidos y no experimentan la disposición al suicidio de los cubanos. Por
ejemplo, los mexicanos se comportan en sentido opuesto. El homicidio es un
fenomeno mexicano, no así el suicidio. Es lógico que las estadísticas se hayan
disparado en los años más severos de la crisis económica del período especial,
en los años 90. Algo similar ocurrió durante el crack de 1929, que disparó las
cifras de suicidios en toda la isla. La situación se reproduce con índices
similares entre la comunidad exiliada. Los cubanos de Miami-Dade tienen una tasa
de suicidios muy superior (era de 14.6 en 1981) a la de otras comunidades
hispanas.
Muchas veces se ha insistido en que emigrar en una balsa es una forma de
suicidio. ¿Qué piensa usted?
Lanzarse al mar es una especie del suicidio, no exactamente, porque el balsero
no se lanza con el propósito de matarse. Salen con la esperanza de una nueva
vida. Pero también es obvio que muchos de ellos han llegado a la conclusión de
que morirse en el mar es preferible que vivir en la isla.
¿Tuvo dificultades para acceder a la información en Cuba?
En Cuba las cifras de suicidios no se publican como parte de las estadísticas
del Estado, pero uno puede llegar a ellas a través de los médicos y las
entidades de Salud Pública, que sí las manejan internamente, aunque con cautela.
Lamentablemente, no tuve acceso a los documentos sobre los suicidios en las
cárceles, ni en la época actual ni en los años anteriores a la revolución.
¿Qué fue lo que más le impactó durante su investigación?
El suicidio de las mujeres dándose candela, que es un fenómeno singular en Cuba
y muy extendido entre las mulatas y negras. No hay un motivo coherente para
explicarlo, pero pudiera vincularse con el papel purificador que tiene el fuego
en la mitología popular.
Aunque las formas de matarse en Cuba han sido cambiantes según la época, ¿hay
algún patrón de conducta que pudiera identificar en el caso cubano?
Los métodos varían de acuerdo al género. Los hombres suelen ahorcarse o darse un
tiro. Las mujeres se envenenan o se pegan candela. Cada quien lo hace con el
recurso que mayor familiaridad tiene.
Dedica un capítulo a los casos de inmolación patriótica como modo de enaltecer
el honor. ¿Cómo podemos hoy, desde la perspectiva del siglo XXI, valorar esas
maneras de morir?
Como un elemento del nacionalismo cubano. Es la disposición de morir por la
patria que comporta el sentido de ser cubano, y que tiene sus raíces en el
paradigma del esclavo que se inmola, en los chinos renuentes a servir al amo, en
el discurso de la muerte honorable que recorre la obra de José Martí. Y que
mantiene absoluta vigencia en la definición de lo cubano.
Colaboración de Roberto Jiménez